Un baby boom invertido: jardines maternales vacíos y el inicio de un cambio demográfico que ya no tiene marcha atrás

Durante gran parte del siglo pasado, muchos países atravesaron un aumento explosivo de nacimientos. Ese Baby Boom obligó a construir escuelas, ampliar hospitales, crear programas sociales y adaptar el Estado para contener a generaciones cada vez más numerosas. Fue un momento de expansión acelerada: se levantaron barrios enteros, se multiplicaron las aulas, se formaron miles de docentes y el sistema previsional se diseñó pensando en una población joven y en crecimiento permanente. La energía que irradiaban esas generaciones fue motor económico y social durante décadas.

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Sin embargo, con el paso del tiempo ese mismo Baby Boom se transformó en un desafío. Esas generaciones envejecieron y ya no producían como antes. El Estado debió sostener a millones de nuevos jubilados con una fuerza laboral proporcionalmente menor. Países como Italia, Japón o España sintieron con fuerza ese impacto: más recursos dedicados al retiro, menos personas trabajando y una economía que debía adaptarse a una sociedad que envejecía más rápido de lo previsto.
Lo que ocurre hoy en nuestra región no es una réplica de ese fenómeno, sino su espejo: un Baby Boom invertido. La población no explota hacia arriba, se contrae desde abajo. En 2014 nacían más de mil cien niños en Mercedes; para 2024 apenas superan los quinientos. La pirámide poblacional se estrecha en su base y eso altera el funcionamiento de todo el sistema educativo. Los jardines maternales, que reciben a los más chicos, son los primeros en sentir el impacto. Pero lo que hoy sucede allí se replicará en los próximos años en las escuelas primarias, luego en las secundarias y más adelante en el mercado laboral.

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La caída de la natalidad no responde a un único motivo. La maternidad se posterga y se reduce, las familias se achican, la inestabilidad económica desalienta proyectos de crianza, las parejas planifican más y tienen menos hijos, y la pandemia consolidó cambios culturales que ya venían en marcha. En 2020 y 2021 hubo un freno brusco a los nacimientos. Hoy, esos niños que no llegan son precisamente quienes deberían estar entrando a los maternales.
A diferencia del antiguo Baby Boom, donde los Estados debieron construir más aulas y más servicios para contener una población en expansión, el Baby Boom invertido plantea un desafío opuesto. Las aulas empiezan a sobrar. Los docentes serán más que los alumnos. Las estructuras edilicias quedarán sobredimensionadas. Y en el horizonte se asoma otra consecuencia: menos jóvenes disponibles para el trabajo, lo que obligará a las economías a reemplazar tareas con automatización, robots o inteligencia artificial, no por modernidad, sino por necesidad.

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En ese sentido, la preocupación por el cierre o reducción de salas en los maternales no es un hecho puntual ni una disputa burocrática. Es la manifestación temprana de un cambio que ya comenzó y que no muestra señales de revertirse. La ciudad deberá adaptarse a una sociedad donde nacen menos chicos, donde la población activa disminuirá y donde las estructuras pensadas para otra época deberán remodelarse.
El debate que hoy se centra en los maternales es apenas la primera escena de un proceso más amplio que transformará la vida educativa, económica y social de Mercedes. El Baby Boom invertido no es una hipótesis futura: es la realidad demográfica que ya se está instalando.

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