Todos los días les roban la identidad a tres argentinos
Y la lista sigue. En enero de 2001, una persona identificada por la Sala F de la Cámara Civil porteña como J.C.S. comenzó a recibir en su casa correspondencia de un banco con aviso de cheques rechazados de una cuenta corriente que nunca había abierto. En mayo de 2004, un ladrón solitario tomó la identidad de Rafael Storto para alquilar una caja de seguridad en el Banco San Juan y robar un cofre con 487.000 dólares en efectivo.
Según las estadísticas de la Procuración General de la Nación, en nuestro país este año se denunciaron en promedio 97 casos mensuales de “falsificación o uso de documentos destinados a acreditar la identidad”. Esto significa que cada 24 horas les roban la identidad a tres argentinos. En 2003 se denunciaron en la Capital 106 casos de “falsificación o uso de documentos destinados a acreditar la identidad”. Al año siguiente, las distintas fiscalías federales de la ciudad de Buenos Aires investigaron 288 causas.
Mientras que sólo en los primeros ocho meses de este año se iniciaron 242 sumarios por robo de identidad, casi tantas como en los doce meses del año anterior. Durante el mismo período, las fiscalías federales del interior del país comenzaron 541 investigaciones por el mencionado delito.
El robo de identidad no está contemplado en el Código Penal, aunque dicha modalidad delictiva reúne delitos como la estafa y la falsificación de documento de identidad. A diferencia de lo que ocurre con los delitos contra la propiedad, donde los delincuentes amenazan con un arma a sus víctimas, en el robo de identidad, calificado en el ámbito penal como “delito de guante blanco”, no hay contacto entre víctima y victimario.
Constituye el primer paso para la realización de una estafa, donde los damnificados son los bancos o los negocios que otorgaron créditos a un delincuente que utilizó la identidad de una persona honesta, generalmente con impecable legajo comercial y bancario.
Se trata de una modalidad que afecta la vida y los bolsillos de las víctimas, en la que intervienen ladrones silenciosos y en la que el damnificado se da cuenta de que le robaron la identidad después de mucho tiempo, cuando comienzan a lloverle cartas documento y demandas por cheques rechazados o tarjetas de crédito que nunca gestionó.
“Viví momentos desesperantes. Mi calvario comenzó en 2000 y todavía sigue. Me embargaron el sueldo por créditos que no contraté y por cosas que nunca compré. Otra mujer falsificó mi documento y con mi nombre y mi domicilio sacó plata de varias financieras en las que nunca estuve”, expresó Riccio, angustiada.
Fuentes del Registro Nacional de las Personas (Renaper) indicaron que en los últimos meses se reforzaron las medidas de seguridad para tratar de evitar la falsificación de los DNI, pero hasta que no se cambie el material de los documentos “será muy difícil combatir este tipo de delito debido a que el papel lo hace vulnerable a la falsificación”, explicó un importante funcionario del organismo.
Mario Vicens, gerente general de la Organización Veraz, sostiene que “el robo de identidad se ve facilitado por un conjunto de factores que denotan fragilidad en el control de seguridad de los documentos. Habría que revisar el proceso desde la misma emisión del documento de identidad, asegurando controles de impresión y almacenamiento, hasta que el DNI llega a las manos del titular del documento emitido. Hay grandes cantidades de documentos que la gente nunca va a retirar del organismo emisor”.
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