Tiene 21 años y desarrolló un prototipo para ayudar a las personas con diabetes
Según la Federación Internacional de Diabetes, 4 millones de argentinos sufren esta enfermedad, y, de ellos, 400 mil aproximadamente son insulinodependientes. Los datos son una recopilación de Samsung, la firma de tecnología que a través de un programa para potenciar el compromiso de los jóvenes con la generación de soluciones científicas a problemas cotidianos inspiró a Valentina Avetta, una argentina de 21 años.
Valentina es de San Nicolás de los Arroyos y tiene diabetes del tipo 1; es decir, necesita inyectarse insulina para mantener sus niveles de azúcar en sangre en los niveles normales. Lo descubrió cuando tenía 12 años y ya al poco tiempo de enterarse esta patología le hizo vivir una experiencia no grata. Fue durante unas vacaciones en la playa con su familia. Era un día caluroso y aunque había seguido todas las recomendaciones de su médico para estar sana, no se sentía bien. Más tarde descubrió que el malestar que sintió esa fecha se debía a una interrupción en la cadena de frío de la sustancia que se había estado inyectando.
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Una infancia llena de experimentos con sus hermanas en el patio de su casa la ayudó a imaginar alternativas posibles para este inconveniente. En 2016 vio en Facebook la convocatoria de “Soluciones para el Futuro” -el concurso de la empresa surcoreana- y compartió con una amiga sus ganas de postular una idea que había estado desarrollando en su cabeza desde aquel incidente de viaje.
Tiempo después no solo fue elegida como la ganadora del certamen sino que comenzó a estudiar Bioingeniería en la Universidad Nacional de de Entre Ríos y terminó creando un prototipo de sensor termocrómico; es decir, un dispositivo que cambia de color tras un aumento de la temperatura, permitiendo así detectar rápida y fácilmente a aquellas dosis de insulina que perdieron su cadena de frío -deben conservarse entre los 4° y los 8°C cuando están cerradas y hasta los 30°C una vez abiertas.
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La mamá de Valentina es arquitecta y su papá, empleado en un supermercado, por lo que ella cree que su gusto por la ciencia lo desarrolló por mera curiosidad. “Después me enteré de lo que era, cuando conocí las matemáticas”, aclara.
Para llegar al prototipo que presentó hace poco leyó libros y artículos científicos, contactó a investigadores y profesores y fue probando y descartando hipótesis. Además contó con la ayuda de la facultad a la que asiste y la guía de muchos especialistas del CONICET para plantear diversos experimentos y conseguir los materiales necesarios para llevarlos a cabo. A su vez, Samsung le donó algunos equipos que instaló en un laboratorio de la universidad en la que estudia. El año pasado le dedicó 7 horas semanales a hacer pruebas, pero por la pandemia de coronavirus ahora pasa sus días ocupándose de la elaboración de protocolos e informes desde su departamento.
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“Me quiero dedicar a la ciencia, me encanta. Todavía no sé bien si me gustaría o no hacer un doctorado, por ahí sí una maestría. Lo sigo pensando, todavía tengo tiempo”, dice sobre su futuro. Y con respecto a su más reciente desarrollo, aclara: “El propósito que yo tengo es poder garantizar la eficiencia de la insulina y también de otros fármacos. Creo que es algo que no se está trabajando tanto ni a nivel nacional ni a nivel mundial, y es algo bastante crítico a lo que no se le está dando mucha bola, por así decirlo”.
Valentina advierte que según su investigación “estamos en el 2020 y todavía no se estructuraron protocolos sobre cómo ver la potencia de la insulina, cómo se va afectando durante el tiempo y las condiciones de almacenamiento”. De hecho, aclara, ya se intentó contactar con la A.N.M.A.T. por un vacío que encontró en los prospectos en ese último aspecto. “Sigo trabajando en esa investigación, pero me llama la atención el vacío que hay en la literatura”, comenta al respecto.
Además de pasar tiempo en el laboratorio a esta estudiante de Bioingeniería también le gusta mucho la acrobacia, cocinar y pasar tiempo en contacto con la naturaleza. Sobre su carrera, dice que un curso de biosensores la está “volviendo loca”. “No despego los ojos de la pantalla durante las 4 horas de clase. (La materia) abarca todas las variables fisiológicas que se pueden medir a través de sensores, es un mundo gigante y hay un montón de aplicaciones”, cuenta entusiasmada.
Si bien hoy en día ya desarrolló el primer prototipo de sensor, explica que todavía debe continuar probándolo para garantizar que funcione en situaciones de la vida cotidiana. “El prototipo actual comencé a trabajarlo más o menos en julio 2019 (antes estaba con otro con un enfoque distinto que tuve que descartar porque tenía fallas y complicaciones). Los primeros resultados exitosos los tuve al poco tiempo, lo que me da mucha esperanza de que funcionará, pero quiero seguir investigando para comprobar que así será”, aclaró en el marco de su presentación la joven científica. Sobre el proceso que la trajo hasta acá, hay un aprendizaje adquirido del que está segura: “Contactándote con las personas a nivel humano se puede llegar mucho más lejos”.
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