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Monseñor Di Monte se despidió de su arquidiócesis

El arzobispo emérito y administrador apostólico de Mercedes-Luján, monseñor Rubén Héctor Di Monte, presidió el domingo la misa de despedida y en acción de gracias por su ministerio episcopal.

Por Equipo de Redacción MercedesYA
Monseñor Di Monte se despidió de su arquidiócesis

“Quítame el orgullo de mi experiencia pasada y el sentimiento de creerme indispensable.”, expresó en su homilía.

El pasado 27 de diciembre el Papa le aceptó la renuncia y permanecerá como administrador de la arquidiócesis hasta el próximo 29 de marzo, cuando asumirá el nuevo arzobispo, monseñor Agustín Radrizzani.

A los pies de la Virgen, “mejor aún, en su corazón de Madre”, el prelado recordó en su homilía: “Aquí, desde muy pequeño aprendí a conocerte. Aquí mi primera confesión y mi primera comunión. Aquí el matrimonio de mis padres y también su responso final. Aquí el Bautismo de mis hermanos. Aquí comenzó mi ministerio episcopal el 16 de agosto de 1980, en orden a la Iglesia particular de Avellaneda. Muchos de ustedes mismos me acompañaban en aquel entonces. Hoy vuelven a estar conmigo junto a Jesús y a Santa María de Luján. Quizá en aquel 16 de agosto primó –aunque no exclusivamente- la oración de petición, preocupado por el futuro. Hoy, aunque no exclusivamente- prima la oración de acción de gracias, mirando al pasado”.

Monseñor Di Monte recordó a “muchos seres queridos” que están ausentes físicamente “aunque no espiritualmente”. Mencionó a algunos “que estuvieron aquí en aquel entonces”: los cardenales Eduardo Pironio -hoy Siervo de Dios- y Antonio Quarracino, monseñor Luis Tomé, el cardenal Pío Laghi y monseñor Enriquez, “arzobispo venezolano, que también impusiera las manos sobre mi cabeza para darme, por el Espíritu Santo, la plenitud del sacerdocio”; y recordó especialmente a sus padres y hermano.

“Para el niño -prosiguió- el único verbo que existe es ‘jugar’, para el adolescente el único verbo es ‘soñar’, para el adulto o maduro es ‘pensar’, mientras que para el que está en el atardecer de la vida es ‘recordar’”, sin embargo aclaró que “esto no es una despedida” porque “en la Iglesia solo se dan ‘encuentros’ cada vez más hondos en la oración, en la cruz, en el Espíritu”.

El pastor indicó también que “cuando en la Iglesia alguien es llamado para un servicio mayor, o para comenzar una nueva etapa de su vida, es cuando más necesita la cercanía espiritual de los seres queridos y de los amigos. Para que se llenen de Dios su soledad y su desierto. Por eso esto de hoy, la santa misa y luego la mesa, tienen que ser un momento muy hondo de comunión eclesial. Con todo lo que una comunión supone de muerte y alegría, de anonadamiento y fecundidad, de oración y de servicio, de cruz y de esperanza”.

Por ese motivo expresó su deseo de “que este encuentro, más que una despedida fuera esencialmente eclesial y mariano, marcado por estos tres sentimientos: la alegría de un encuentro fraterno, la serenidad de una oración contemplativa y la solidez de una esperanza inquebrantable en el corazón simple y fiel de una virgen, Madre de Jesús y Madre nuestra, Madre de la Iglesia a quién familiarmente, aquí, llamamos Nuestra Señora de Luján”, señaló.

“¡Luján! ¡Cuántos recuerdos y cuántos milagros invisibles!, ¡Cuántas inquietudes expresadas, cuántas cruces ofrecidas! Cuántas maravillas obradas por Dios en la pobreza de lo que humanamente somos: ‘siervos inútiles y frágiles’. ¡Todo por María!”, enfatizó.

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Tras agradecer a los fieles por “el afecto fraterno en lo espiritual y material”, pidió disculpas por “si alguna vez los pude decepcionar” y añadió: “Hoy me están demostrando que aunque ya no sea este encuentro para festejar ningún nuevo título o cargo, el sentimiento y el afecto sinceros se mantiene y prolonga”.

Por último, tras manifestar su deseo de “poder estar más cerca de ustedes”, el arzobispo finalizó su alocución con una oración que le hizo llegar “hace unos días un querido sacerdote lleno de cualidades y compañero de años a quien una dolorosa enfermedad lo aqueja, impidiéndole dar todo lo que sabe ¡y es mucho!”:

“Señor: Enséñame a envejecer. Convénceme de que no son injustos conmigo los que me relevan en mi responsabilidad, los que ya no piden mi opinión, los que llaman a otro para que ocupe mi puesto.”

“Quítame el orgullo de mi experiencia pasada y el sentimiento de creerme indispensable.”

“Señor, haz que en este desapego gradual de las cosas, yo sólo vea la luz del tiempo y considere este relevo en los trabajos, como manifestación interesante de la vida que se revela bajo el impulso de la providencia.”

“Pero ayúdame Señor, para que todavía sea útil a los demás, contribuyendo con mi optimismo y mi oración a la alegría y al entusiasmo de los que tienen ahora la que fue mi responsabilidad, viviendo en contacto humilde y sereno con el mundo que cambia, sin lamentarme por el pasado que ya se fue, aceptando la salida de mis campos de actividad como acepto con naturalidad las puestas del sol.”

“Finalmente Señor, te pido que me perdones si sólo en esta hora caigo en la cuenta de cuánto me has amado y te he dejado de amar y concédeme, al menos ahora, que mire con mucha gratitud hacia el destino feliz que me tienes preparado y hacia el cual me orientaste en el primer momento de mi vida Señor, enséñame a envejecer así”.

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