La bombacha rosa de Navidad: cómo nació una costumbre que no figura en ningún manual

En la Argentina, la Navidad no solo trae mesas largas, brindis familiares y calor agobiante. Desde hace años, también incorpora un gesto que se repite con naturalidad: regalar una bombacha rosa. La escena es tan común como descontracturada, pero detrás de ese obsequio hay una historia mucho menos solemne de lo que suele creerse.
El origen más aceptado de esta costumbre no está en el calendario litúrgico ni en tradiciones criollas antiguas, sino en Europa. En Italia, desde hace décadas, existe la creencia de que usar ropa interior roja en Año Nuevo atrae la buena suerte, el amor y la prosperidad. Esa práctica se extendió luego a otros países y cruzó el océano, adaptándose a los códigos culturales locales.

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En el Río de la Plata, el rojo fue perdiendo fuerza y dio lugar al rosa, un color asociado al afecto, a los vínculos estables y a los deseos positivos sin la carga simbólica de la pasión extrema. El cambio no fue casual: el rosa resultó más aceptable para el clima familiar de la Navidad y menos transgresor en el marco de un regalo que suele circular entre madres, hijas, amigas o parejas.
También se modificó la fecha. Mientras en Europa el ritual está ligado al Año Nuevo, en Argentina se adelantó al 24 de diciembre. La explicación es simple y funcional a la lógica del consumo: la prenda debe ser regalada y estrenada, no comprada por quien la va a usar. Navidad, con su dinámica de intercambio, resolvió ese requisito sin esfuerzo.
A partir de los años noventa, el comercio terminó de consolidar la costumbre. Lencerías, tiendas de ropa interior y grandes cadenas comenzaron a promocionar la bombacha rosa como un clásico de fin de año. Lo que había sido una superstición difusa pasó a convertirse en un ritual casi obligado, reforzado por vidrieras temáticas y campañas estacionales.
No hay mito ancestral ni fundamento religioso detrás del gesto. La bombacha rosa de Navidad es, en esencia, una tradición urbana contemporánea: una idea importada, reinterpretada y sostenida por la repetición y el mercado. Como tantas otras costumbres modernas, se mantiene viva no tanto por creencia, sino porque ya forma parte del paisaje cultural de cada diciembre.

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