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El Patacon pasará del odio al amor de la gente

Las nuevas medidas anunciadas por el gobierno nacional no sólo le dieron a la administración bonaerense del gobernador Carlos Ruckauf la oportunidad necesaria para no pagar de una vez la parte en efectivo de los sueldos de los empleados y dividirla

Por Sergio Maineri
El Patacon pasará del odio al amor de la gente

Lo cierto es que por más que Cavallo hubiera dejado todo como la semana pasada, el mandatario de la sonrisa fácil no podía pagar los haberes.
Pero también es importante decir que con el nuevo esquema de bancarización dispuesto por la Nación los bonos patacones emitidos por el Estado bonaerense adquieren una singular importancia, al punto de que pasarán paulatinamente de ser odiados a ser pretendidos por la gente para hacer operaciones rutinarias de compra.
Esto se debe a una razón muy simple. El número de tarjetas de débito o de crédito para realizar compras a través de mecanismos electrónicos de banco es directamente proporcional al número de empleados declarados en el mercado laboral con sus respectivos aportes. Y demás está decir que a la economía bonaerense la comprenden las generales de la ley en tiempos de recesión, con un índice cada vez más alto de empleo en negro.
Dando cumplimiento al apotegma de “sobre llovido mojado”, a la falta de dinero circulante en la calle el gobierno le sumó la restricción a sacar más de 250 pesos por semana per cápita.
Vaya un ejemplo que grafica mejor la situación. Alguien que cobre 500 pesos y le sean depositados en una caja de ahorro, obviamente tiene una tarjeta de débito para comprar. Si la persona quiere comprar un par de zapatillas y por equis motivo tiene dinero en mano pero el saldo en caja está cero, no puede hacer la operación porque de lo contrario evade impuestos y se presume que lava dinero, y tampoco puede ahorrar el dinero para irse de viaje porque no puede superar los 1.000 pesos el monto a pasar por las fronteras.
La llave para cercar la economía paralela parece tener doble vuelta, porque del otro lado del mostrador está el problema de los pequeños comerciantes, que para seguir vendiendo tendrán que adquirir en comodato la máquina postnet para operar con tarjetas de débito o de crédito, cuyo costo oscila los 2.000 a 2.300 pesos con un mantenimiento de 90 pesos mensuales más la colocación de una línea telefónica para que funcione.
Expuestas las dos realidades, hay que señalar que las disposiciones nacionales afectan a todas las operaciones en moneda nacional. Por esto, quienes operen con bonos provinciales, lejos de apuntalar una transición menos traumática hacia una economía bancarizada, sostendrán las informales sin tarjeta por un tiempo indeterminado.
Para ser terminantes, quien compre con patacones, puede hacerlo en las cantidades que quiera y sin tarjeta. Para el sistema bancario hace de cuenta que quien tiene los billetes provinciales carece de dinero.
Y dados los altos índices de economía en negro, los patacones dejarán de tener
el estigma de papeles basura para ser deseados como el único instrumento de pago para operaciones rutinarias y cotidianas.
Sin que sea una apología a la evasión, es cierto que para los empleadores que tengan trabajadores no declarados es más redituable pagar en patacones que abrirle una caja de ahorro a cada empleado para depositarle el sueldo regularizando la situación.
Y esta opción preferencial de utilizar patacones para gambetear la regulación salarial alcanza al propio Estado bonaerense. Como los sueldos de los estatales son muy bajos, el gobierno viene pagando desde hace tiempo viáticos y horas extras como compensatorios.
Si el gobierno decide seguir depositando el dinero en pesos, tiene que regularizar la situación para que no exista defasaje entre el recibo declarado y el saldo. Por esto, la opción sería pagar los compensatorios en patacones, que parece a esta altura ser la combinación para abrir la caja fuerte de la bancarización.
Por cuestiones ajenas a la administración bonaerense, en poco tiempo los patacones pusieron de manifiesto el viejo dicho de que del amor al odio hay un solo paso.

Fuente: Eduardo Capdevila - Nova

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