Eduardo De Laudano: el maestro que hizo del teatro mercedino un lugar de verdad

La ciudad respira teatro desde hace décadas y esa respiración tiene su pulso ligado a su nombre. De Laudano llegó a Mercedes en la infancia y muy joven encontró en el escenario un territorio fértil. Su debut en 1961, bajo la guía de Ida Zóccola de Milesi en el Teatro Talía, abrió una trayectoria que comenzó frente al público y luego se consolidó en la dirección. Más tarde trabajó en el grupo La Barca, bajo la conducción de Julio “Yiyo” Celeri, donde interpretó textos de autores como Osvaldo Dragún y Tennessee Williams. Aquellas primeras experiencias marcaron su mirada sensible, rigurosa y exigente sobre la escena.

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Con el tiempo dejó la actuación y se volcó a la dirección, convencido de que su lugar estaba allí, detrás de bambalinas, modelando el alma de las obras y moldeando intérpretes. Llevar a escena títulos de Federico García Lorca, Ricardo Halac, Peter Shaffer y Armando Discépolo no fue solo una decisión estética, sino una apuesta por un teatro profundo, desafiante y comprometido con su tiempo. En la década de los ochenta, al frente de la Comedia Municipal, acompañó la recuperación y puesta en valor del histórico Teatro Argentino, entonces aún Teatro Municipal, reforzando la apuesta por un espacio cultural fuerte y vivo.
Su figura trascendió los montajes. Enseñar le resultó tan natural como dirigir. Cada taller, cada clínica y cada consejo sembró vocaciones y fortaleció trayectorias. Muchos de quienes hoy sostienen la actividad teatral en Mercedes lo reconocen como formador, guía y referencia ética. Hablar de él en pasado resulta extraño cuando su legado palpita en los cuerpos y voces de quienes pasaron por sus manos y en las páginas de programas amarillentos donde su nombre aparece como señal de prestigio.

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La despedida encontraría a su obra en plena circulación. No era un director retirado ni una figura congelada en homenajes tardíos. Su influencia seguía vigente, y el reconocimiento que en los últimos años recibió de festivales y espacios culturales solo confirmó la dimensión de su aporte. Mercedes pierde a un artista y a un pedagogo, pero conserva una escuela. Su muerte, el 31 de octubre, no clausura un capítulo; obliga a revisarlo, comprenderlo y sostenerlo.
En estos días, compañeros de escena, alumnos, técnicos y espectadores recuerdan su disciplina férrea, su visión poética y su defensa del teatro como lugar de verdad. Algunos hablan del silencio que queda cuando baja el telón. Sin embargo, su historia invita a pensar lo contrario: mientras haya un ensayo, un estreno o un joven actor buscando una forma de decir, Eduardo De Laudano seguirá presente. Su legado no descansa en aplausos del pasado, sino en el murmullo vivo de quienes aprendieron que el escenario es más que un lugar: es una manera de mirar el mundo.

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