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Día de la Bandera: Belgrano y su legado

Al cumplirse 200 años de la muerte de Manuel Belgrano cabe reflexionar acerca de su contribución histórica a la construcción de la nación independiente que no alcanzó a ver.

Por Equipo de Redacción MercedesYA
Día de la Bandera: Belgrano y su legado

Ilustración de la bendición de la bandera Argentina.

Extractamos un artículo del periodista y escritor Esteban Dómina para el periódico La Voz, que refleja con mucha precisión lo que significa este prócer para la vida de los argentinos, el creador de la bandera nacional, cuyo 20 de junio se recuerda su creación en memoria de Manuel Belgrano.

En 1938, una ley estableció el 20 de junio como Día de la Bandera en su homenaje, aunque la fecha de creación fue otra. De ese modo, su memoria quedó indisolublemente ligada a la enseña patria, de la que fue inspirador. No es un mérito menor, sino todo lo contrario, pero insuficiente para abarcar todo lo que hizo y fue este Padre de la Patria.

En notas anteriores repasamos sucintamente su vida, sobre todo la etapa más intensa, entre 1810 y 1820, donde le tocó hacer de político, militar e incluso diplomático. Esa performance, particularmente sus campañas militares, quedó plasmada en abundante bibliografía y manuales escolares que abrevaron en la “Historia de Belgrano” de cuño mitrista.

Sin embargo, esa rutilante foja de servicios no refleja cuestiones más etéreas del prócer, tan o más valorables. El abordaje desde esa perspectiva puede dispararse a partir de preguntarnos por qué alguien agraciado por su apellido, fortuna, aspecto físico, cultura superior y demás atributos dejó todo de lado para embarcarse en una causa que, bien sabía, le impediría gozar de esas prerrogativas terrenales.

La respuesta requiere sumergirse y bucear en los testimonios que dejó a su paso, en especial sus actos, impregnados de una ética que brindan la pista para hallarla. Luego de ese ejercicio quedará claro que los valores que guiaron su conducta estaban alejados de motivaciones tales como cuidar o acrecentar su patrimonio, formar una familia o, simplemente, pasarla bien, como pudo hacerlo.

Por el contrario, consagró lo mejor de sí, todo lo que era, sabía y tenía, a una causa trascendente: la libertad de su pueblo. Su pensamiento político se fusionó con sus convicciones religiosas y los principios morales que rigieron todos sus actos para conformar una matriz blindada a bajas pasiones, ambiciones desmedidas o acomodos de ocasión. Bien podría decirse que esa solidez moral le ocasionó más costos que beneficios, inmerso como estaba en un medio propicio a todo aquello.

Llevaba la semilla de la educación en sus alforjas, convencido de que educar era el recurso más poderoso para tornar libres a los pueblos, que la educación debía dejar de ser un privilegio de pocos para convertirse en una posibilidad colectiva. No en vano donó el suculento premio que le fue otorgado por sus victorias de Tucumán y Salta para que se levantasen cuatro escuelas.

Se fue de este mundo casi en puntas de pie, pobre y olvidado. Lleno de deudas, aunque se le debían sueldos. Ignorado por sus contemporáneos, que habían vuelto la espalda a una guerra que aún continuaba en el remoto Alto Perú para enfrascarse en las cuitas de poder y las mezquindades de la política.

El médico que le practicó la autopsia se sorprendió por el tamaño de su corazón, inusualmente grande. No debió sorprenderse… ese era Belgrano.

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