Detienen a su ex y Lourdes rompe el silencio: la violencia de género otra vez en escena

Lourdes Fernández, reconocida por su paso por Bandana, vuelve a quedar en el centro de una historia que no eligió. La detención de su ex pareja, Leandro Esteban García Gómez, ocurre después de denuncias reiteradas por violencia de género y episodios que la artista viene señalando desde 2022. La escena, que ahora toma dimensión judicial, expone la crudeza de un tipo de agresión que suele invisibilizarse detrás de vínculos privados, laberintos emocionales y relatos manipulados.

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García Gómez —un empresario con pasado militante y vínculos con espacios políticos del kirchnerismo— construyó un perfil público que contrastaba con las denuncias que Lourdes sostuvo en sede judicial y en redes. Su figura, ahora asociada a un proceso penal en curso, se vuelve parte de una trama donde poder, ego y violencia aparecen mezclados, y donde la víctima queda atrapada entre el miedo, la exposición mediática y la lentitud estructural de la Justicia.
El allanamiento que terminó con su detención vuelve a poner el foco en la artista, su integridad y su recorrido personal para salir de una relación dañina. Lourdes no solo denuncia maltrato físico y psicológico: señala un sistema que, como en tantos otros casos, llega tarde, escucha tarde y protege tarde. Una vez más, es la víctima quien queda forzada a reconstruirse bajo reflectores que no pidió.
La historia, sin embargo, trasciende los nombres propios. El caso refleja el patrón más extendido y menos admitido de la violencia de género: el agresor que se victimiza, la duda social instalada sobre la palabra de la mujer, la revictimización pública y el Estado que recién actúa cuando la situación se vuelve insoportable. No es un drama individual: es un síntoma colectivo.

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Hoy, mientras la causa avanza y la Justicia define su imputación, Lourdes intenta recuperar su libertad emocional, su salud y su música. Su nombre vuelve a ser noticia, pero su lucha es íntima, silenciosa y profundamente humana. No busca venganza. Busca reparación, respeto y un cierre real.
El caso invita a torcer una vez más la mirada: no sobre la vida privada de una artista, sino sobre la violencia que atraviesa a miles de mujeres sin fama, sin escenario y sin micrófono. Porque cada vez que la Justicia llega tarde, el mensaje social es devastador. Y porque, a diferencia de una canción, la violencia no se apaga sola.

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