Lincoln convocó a la NASA por un huevo. ¿Hará Mercedes lo mismo por el agua?

En Lincoln decidieron jugar fuerte. Un huevo blanco de proporciones teatrales apareció en el lago del parque y, con él, toda una escenografía cuidadosamente armada: supuestos especialistas, siglas en combinación imposible y un dispositivo estético que, más que investigación biológica, remite a cine clase B con producción municipal.
La escena no engaña a nadie. De hecho, no intenta hacerlo. La exageración es tan explícita que funciona como guiño: trajes herméticos, fotos posadas, nombres imposibles de rastrear y la presencia —por supuesto ficcional— de organismos que jamás intervendrían en un parque público por un objeto decorativo. La distancia está construida; el chiste, asumido; el artificio, a la vista.

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Desde Mercedes, el espectáculo invita a una reflexión inevitable. Si un huevo deliberadamente falso es capaz de generar lo que en Lincoln presentan como misión científica internacional, ¿qué tan complicado sería conseguir, sin escafandras ni ficción, un estudio completo, regular y transparente del agua potable que aquí consumimos?
No hace falta traer astrobiólogos ni bioingenieros interplanetarios. Basta con los protocolos ambientales vigentes, laboratorios acreditados y autoridades dispuestas a sostener información pública verificable. No se trata de convertir el arsénico en cuadro fantástico ni en objeto dramático: es un mineral regulado por organismos nacionales e internacionales, con valores concretos, más cercano a un boletín oficial que a un ovni.
El mérito de Lincoln está en la coreografía. La intervención no se oculta: se celebra a sí misma. Ese gesto, más lúdico que científico, expone el contraste. Un huevo escénico convoca atención sostenida, curiosidad, fotos, circulación y prensa. El agua, en cambio, la que sale de las canillas todos los días, exige menos imaginación pero más gestión.
Conviene aclararlo con firmeza: el huevo no tiene carácter biológico, ni amenaza, ni misterio científico auténtico. A diferencia de esa pieza performática, el agua es asunto real, medible y normado. No pide NASA. No necesita trajes sellados. Solo demanda aquello que cualquier comunidad merece: información clara, controles trazables y comunicación oficial sostenida.

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Quizás algún día, más temprano que tarde, no tengamos que recurrir al humor para lograr que lo urgente tenga el mismo despliegue que lo extravagante. Mientras tanto, felicitaciones a Lincoln por su ficción bien montada. Acá aguardamos algo más terrenal: estudios completos, sin guion y sin utilería.


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