TIERRA QUE DA DE VIVIR A UNA TRADICIONAL FAMILIA DE HUERTEROS
Las manos callosas y llenas de tierra, producto de la labor diaria, es la prueba testimonial que denota la contracción al trabajo de una gente de 25 de Mayo que se dedica a “hacer la quinta”, como dirían nuestros abuelos inmigrantes. Es un oficio, digno por cierto, que en los Salvia, apellido que identifica a una familia respetable, se transmite de generación en generación.
Se echa un poco hacia atrás y con algo jactancia, aunque la humildad y el perfil bajo sean las cualidades de su personalidad, don Cesar Salvia (75) aduce: “Trabajo en la huerta desde que nací”.
En efecto, es una actividad que aprendió de su abuelo y de su padre, ambos inmigrantes italianos. Actualmente, trabaja junto a su hijo Horacio (38) y su esposa, María del Carmen Torbidoni, una mujer guapa a la que no tuvimos la osadía de preguntarle la edad pero hace años que se desempeña en la producción de verduras y no tiene empachos a la hora de tomar la azada para remover la tierra fértil de un terreno ubicado a la vera de la ruta provincial 46, a aproximadamente 2 kilómetros de la rotonda de Didonatto.
En ese pequeño mundo de rozagantes hortalizas y legumbres, el matrimonio Salvia formó una familia y fomentó a sus hijos la cultura del trabajo. En tiempos tan caóticos, donde el desempleo cunde como reguera de pólvora, no sienten más que desazón. Pero no se resignan. En absoluto. “No nos rendimos en épocas anteriores, menos lo vamos a hacer ahora”, expresa don Cesar con un dejo de optimismo ante tanta desmoralización y desaliento.
Las manos,
las únicas herramientas
Hace 48 años que Cesar y María del Carmen están casados e igual cantidad de tiempo que viven de la huerta en ese exiguo paraíso. Un poco avejentados, no dejan de practicar el oficio. En verano se levantan a las 6 y en invierno a las 7. Trabajan de sol a sol, como acostumbra a decir la gente de campo.
A los hijos, Horacio y Marta, se suman los nietos: Hernán, Jéssica y Luciana, todos de apellido Mara, y Santiago Salvia, el pequeño de 3 años que, aunque su padre procure encaminarlo con el tiempo por la senda del estudio y alguna profesión que le permita ser un hombre digno, podría continuar con la obra que inició su tatarabuelo.
El siglo XXI, época de adelantos técnicos que trajeron a la humanidad cosas buenas y malas, contextualiza a los Salvia como una verdadera familia de antaño, con herramientas manuales que, pese a resultar rústicas y obsoletas para los productores tecnificados, a ellos aún les sirven para extraer gramilla, sembrar y ejecutar una diversidad de diversas. Hasta los fertilizantes son primitivos: todavía usan el guano o estiércol de pollo para abonar la fecunda tierra veinticinqueña.
Así, tras la cosecha, proveen a mercados y verdulerías de la ciudad. Los pesos les alcanzan para vivir. Y aunque la coyuntura económica no les permita construir un invernáculo, la realidad no los subyuga. En verdad, los tomates saben mejor si se crían a la intemperie. “Eso sí: nos preocupan las heladas, sobre todo por el desmedro que pueden ocasionarle a algún almácigo de lechuga o achicoria”, explica María del Carmen.
A horas del Día del Trabajador, en una zona meramente agrícola y ganadera como 25 de Mayo y los distritos adyacentes, donde los ancestros de numerosas familias europeas y de otras partes del mundo vinieron huyendo de la guerra, los Salvia son paradigma de vida laboriosa.
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