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Poltronieri: “¡Váyanse todos, carajo! ¡Yo me quedo y los cubro!”

Grita, su cuerpo pegado a la turba helada, los brazos que abrazan la pesada ametralladora Mag, el dedo en el gatillo. En medio de la oscuridad avanza un batallón británico que, a fuerza de bombardeo y balas trazantes, busca tomar el Monte Dos Hermanas.

Por Equipo de Redacción MercedesYA
Poltronieri: “¡Váyanse todos, carajo! ¡Yo me quedo y los cubro!”

Oscar Ismael Poltronieri dispara sin respiro. Siente rabia. Una bala enemiga le acaba de pegar de lleno a su compañero de trinchera. Lo ve caer muerto, el casco inútil, la cara ensangrentada. “Me puse loco, quería bajarlos a todos”, recuerda.

El frío cala los huesos y las esquirlas del bombardeo le arrancan de cuajo la rodilla a un soldado del Regimiento 6 de Mercedes. Desesperados, sus compañeros le hacen un torniquete. No pueden salvarlo: se desangra. Los muertos se suman con el paso de las horas: son casi 20. Llega la orden de replegarse. Poltronieri sabe que no podrán hacerlo bajo fuego enemigo. Y entonces grita que se queda, que él los cubre, que si no, los van a matar a todos.

-Vamos Poltro que te van a matar –le dice el sargento Tito Echeverría.
-Yo me quedo, los cubro…
-No, no, Negro, me quedo con vos. Solo no vas a poder.
-No, mi sargento, usted recibió ayer un carta de su mujer y acaba de ser padre. Tiene que conocer a su hijo. Usted tiene familia y yo no. Déjeme a mí solo que soy soltero y no tengo a nadie. Prefiero morir yo antes que usted… su hijo lo necesita. Me las voy a arreglar…

Poltronieri se queda solo en su trinchera. La balacera es feroz. Se repliega y vuelve a tirar. Se mueve entre las rocas y dispara sin pausa. La Mag pesa diez kilos, pero él la siente como una pluma. Durante nueve horas mantiene inmovilizado al batallón británico. Y permite que sus compañeros se alejen del infierno. Los ha salvado.

Eran las 6 de la mañana del 11 de junio de 1982 cuando el humilde soldado de Mercedes, provincia de Buenos Aires, empezó a escribir su destino de héroe. Claro que él aún no lo sabía.

Una Cruz de Malta de un lado, hecha en plata, y el brillo del Escudo Nacional del otro, realizado en oro. Es la máxima condecoración que da nuestro país. Tiene grabado en el metal: Cruz La Nación Argentina al Heroico valor en Combate. Pero Poltronieri no puede leer esa leyenda: “Hice hasta cuarto grado y se me hace difícil distinguir las letras”, explica con sencillez. Fue el único conscripto que recibió esta distinción.

Más allá de las medallas, Oscar es un hombre humilde. Se crió en el campo -estancia Santa Catalina-, donde su padre Ismael era puestero y su madre, María Esther Luciano -que parió diez hijos-, la peleaba limpiando casas ajenas. “A las cinco de la mañana ya estábamos afuera, con helada y todo, porque había que trabajar”, cuenta. Cuando tenía diez años ya sabía carnear corderos, ordeñar vacas y montar como un jinete experto. “En Malvinas eso nos ayudó a sobrevivir: yo era el que agarraba las ovejas para que pudiéramos comer”.

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La guerra lo encontró de franco. Era un domingo y le faltaba muy poco para recibir la baja del Servicio Militar obligatorio. “Volvimos al cuartel y nos dijeron que llamáramos a nuestros familiares para despedirnos porque nos íbamos a las Malvinas. Yo no pude avisar ni despedirme de mis padres. Sé que mamá lloró mucho y hasta se enfermó cuando supo que estaba en la guerra. Y mi papá se enteró recién en 1983, cuando el patrón de la estancia fue al pueblo, compró una revista GENTE con la tapa de Los Personajes del Año , donde yo estaba con mi uniforme, y le preguntó sorprendido: ’¿Este no es tu hijo?’”.

La primera vez que volvió a Malvinas lloró durante todo el viaje. Se arrodilló frente a la cruz que domina el cementerio de Darwin y le pidió por “mis hermanos que quedaron en esta tierra”. Fue en 2010, para la filmación del documental El Héroe del Monte Dos Hermanas -del director Rodrigo Vila-, donde su historia de coraje es la gran protagonista. “La guerra me trae muchos recuerdos y mucho dolor, pero volver a mi posición, visitar a mis compañeros que viven para siempre en las Islas, me hizo mucho bien”.

-¿Qué te dejó la guerra?
-Me dejó un hermano que antes fue un enemigo.

Su “hermano” es el marine inglés Mark Curtis, al que conoció por primera vez en 1984. Un periodista reunió a un veterano argentino y a un inglés por primera vez después de la guerra. Fue en París. Y no necesitaron hablar el mismo idioma para entenderse. Mark había perdido un pie pisando una mina antipersonal en la batalla de Monte Harriet. Poltro les había disparado a los comando británicos desde el Monte Dos Hermanas. Malvinas los había enfrentado en esa ley no escrita de la guerra: Matar o morir.

“Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel”.

En Mercedes, su ciudad natal una callecita cortada lleva su nombre. Y en la plaza, ahí muy cerca, tiene un monolito que recuerda su valor y coraje en las islas. Leonor, la mujer con la que comparte su vida desde hace algunos años, no disimula el orgullo: “No solo es un héroe, es el hombre más generoso que conocí”.

Fuente: infobae

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