Inundados de Promesas: 17 años de esperas y barro

El nombre nació como un grito de ironía, de dolor y de memoria. “Inundados de Promesas” no fue una elección poética ni casual: surgió en 2008 desde el corazón del barrio Marchetti, antes conocido como “La Pampa Chica”, una de las zonas más castigadas de la ciudad de Mercedes. Una murga barrial, nacida como actividad del Centro Comunitario “Los Pampitas”, que convirtió el barro en bombo, la desilusión en canto y la impotencia en carnaval.
Hoy, en 2025, ese nombre vuelve a tener el mismo peso y la misma vigencia. Porque el barrio volvió a inundarse. Porque las promesas, una vez más, no se cumplieron.

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En 2012, cuando la murga celebraba su cuarto año, ya eran 120 los chicos y jóvenes que la integraban. Venían de Marchetti, pero también de Mutti, Lopardo, San Justo y otros barrios. Ensayaban por separado para no tener que caminar en el barro. Vestían trajes cosidos por internas de la Unidad Nº 5, financiados con rifas. Era arte comunitario, pero también denuncia.
Y la denuncia no era solo simbólica. Las inundaciones eran frecuentes. Las calles sin desagües, los zanjones desbordados, las casas que se llenaban de agua cada vez que llovía más de lo esperado. La murga no nació por gusto: nació como respuesta.

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Juan Ignacio Ustarroz construyó buena parte de su carrera política visitando y acompañando espacios como Los Pampitas. En 2011, incluso, se organizó una jornada cultural a beneficio del centro comunitario como parte de su campaña.
Muchos recuerdan que su presencia en los barrios coincidía con los reclamos por las inundaciones. Supo estar donde los otros no llegaban, y eso le ganó adhesiones reales. Pero también expectativas. Hoy, esas expectativas están empapadas de decepción.

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El temporal dejó 184 mm de agua en 24 horas. El barrio Marchetti fue, otra vez, epicentro del desastre. Familias evacuadas, cortes de luz preventivos por riesgo de electrocución, centros comunitarios improvisados como refugio, y algunos vecinos que, ya sin confiar en el “comité de crisis”, recurren a los medios para pedir auxilio.
Lo simbólico se volvió literal. Los “Inundados de Promesas” ya no están solo en el escenario. Viven bajo los techos húmedos, caminan por calles convertidas en ríos, siguen esperando soluciones que no llegan.
La murga sigue viva, aunque más callada. Ya no hay tantos instrumentos nuevos, ni trajes coloridos. Pero hay memoria. La misma que late en cada nombre pintado en sus banderas, en cada bombo golpeado con bronca.
Porque “Inundados de Promesas” es mucho más que una murga. Es un espejo incómodo de lo que Mercedes todavía no pudo (o no quiso) resolver: que hay barrios donde llover sigue siendo una tragedia, y donde el olvido es una costumbre de todos los gobiernos.

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