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OKTOBERFEST pero en Córdoba

Cada año, entre ríos de cerveza, música tirolesa y danzas centroeuropeas, miles de personas rinden culto a la diosa espumante. Esta versión local de la fiesta alemana de la cerveza se realiza en Córdoba, Villa General Belgrano, en una aldea al estilo

Por Sergio Maineri

Al bajar del micro que nos había traído desde Córdoba, a través de los espectaculares paisajes de las sierras cordobesas, no pude más que preguntarme: ¿dónde están Heidi y el abuelito? La pregunta no era tan delirante porque cualquiera de esos alemanotes barbudos con la cara roja y vestidos de leñadores, con bermudas, tiradores, sombrero con una plumita hacia atrás y rodilleras, que desfilaban por la calle bien podría haber sido aquél al que le cantaban con voz angelical “Abuelito dime tú...”. Además, el marco no podía ser más indicado; al recorrer las onduladas calles de Villa General Belgrano me daba la sensación de estar en algún rincón de los Alpes suizos, y que, como consecuencia de un mágico sortilegio, la aldea, desaparecida del mapa de Europa, había reaparecido al sur de la capital cordobesa, en el Valle de Calamuchita.

En la plaza del pueblo, un gran barril de cerveza nos dio la bienvenida al Oktoberfest, y haciendo honor a “tan magno evento” –inaugurado por el gobernador, el intendente y cónsules varios- y aún sin haber dejado las mochilas en el hotel, mis amigos y yo nos auto-agasajamos con una primera cerveza: ¡un gran vaso de líquido negro con la espuma desbordando por los cuatro costados! Una buena forma de inaugurar lo que sería uno de los fines de semana más “alegres” de mi vida.

ENFILADOS AL ESTILO TIROLÉS
Habíamos llegado después del mediodía, justo para el desfile callejero de las distintas colectividades europeas que viven en La Villa -como denominan al pueblo los lugareños-. La tradición indica que al frente de la marcha va el Monje Negro con un chop en la mano -durante el siglo XVI, en las aldeas alemanas de Baviera, el monje era el encargado de fabricar la cerveza-. En la versión cordobesa del Oktoberfest, el monje está representado por una mujer con capucha y enfundada en un traje negro. La siguen el intendente, vestido de tirolés, y varios centenares de aldeanos con sus ropas típicas. Muchos también desfilan con su perro salchicha (o salchichardo, como lo llaman aquí) atado de un piolín. Atrás van las carrozas cerveceras y la comunidad española, con sus mujeres vistiendo amplias polleras a lunares y bailando sevillanas al ritmo de las castañuelas. Luego desfila la colonia holandesa, la comunidad rusa con su escudo zarista dibujado en un estandarte, la suiza, la alemana, la austríaca y la italiana; cada cual con su música, su baile y su indumentaria característica.

La fiesta no puede realizarse en un escenario más apropiado. Todas las casas del pueblo tienen un estilo centroeuropeo (tirolés), con tejados rojos a dos aguas, paredes de piedra al desnudo y extensos jardines llenos de flores. La madera barnizada es el elemento clave de la decoración, presente en los techos, balcones y ventanas; además está en los carteles callejeros, en cada negocio, y hasta en las casillas telefónicas que también tienen techo a dos aguas.

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Mientras miraba el desfile, a mi lado había dos señoras mayores hablando en alemán. No eran turistas sino dos de los tantos inmigrantes europeos que se instalaron aquí en las décadas del ´30 y del ´40, y que aún conservan su lengua y sus tradiciones.

BANQUETE ALEMÁN EN EL PARQUE CERVECERO
No hacía ni tres horas de nuestra llegada, y ya íbamos por el tercer chop, así que decidimos ir a conocer los manjares de la comida alemana. Fuimos detrás de la banda principal, compuesta por trombones, trompeta, saxo, redoblante y clarinete, que enfilaba hacia el Parque Cervecero.

Este parque es un gran predio a cielo abierto con árboles altísimos. Bajo su sombra hay centenares de mesas y sillas rodeadas por puestos de venta de comida y stands de las principales marcas de cerveza. Todos los puestos de venta tienen techo a dos aguas y parecen las casitas de un cuento de hadas.

En varias parrillas se asaban a fuego lento montones de salchichas frankfurt que despedían un aroma irresistible que nos hizo olvidar por un rato la cerveza. Buscamos una buena mesa de madera y nos preparamos para nuestro banquete alemán. Como entrada pedimos leber-wurst (paté de hígado) y costeletas de cerdo ahumadas. Luego arremetimos contra las salchichas con chucrut. Para los postres había Selva Negra (bizcochuelo de chocolate con crema y guindas), y Apfelstrudel con masa de hojaldre, ¡el pastel de manzana más rico que comí en mi vida! Los precios iban desde 2 a 7 dólares según los platos.

El batifondo era total. Había un gran escenario sobre el cual iban desfilando innumerables grupos de música tirolesa (acordeón, bajo, percusión y vientos), que sonaron a todo volumen y sin pausa hasta las cinco de la tarde. A esa hora ocurrió el “espiche” simultáneo de varios barriles de cerveza. Y un tiempo antes, el “espiche” solemne, cuando suben al escenario el Monje Negro, José y Edy, los “espichadores oficiales”, quienes agitan el barril y le hacen varias perforaciones con una estaca y un martillo. La gente se amontonaba con las jarras y los vasos en alto, tratando de embocar alguno de los chorros de cerveza, porque beber de ellos trae buena suerte.

Sin dudarlo, fuimos en busca del preciado líquido dorado, pero lo único que conseguimos fue terminar totalmente empapados, y con los vasos vacíos. El despliegue de cerveza desencadenó una catarsis colectiva y comenzó el baile de los alegres borrachos, hasta que el atardecer nos encontró totalmente exhaustos, bañados en cerveza y doblegados de sueño.

RIOS DE CERVEZA EN HONOR A LA DIOSA ESPUMANTE
Luego de una siesta de piedra a deshora, en la que descansamos como si hubiésemos dormido toda la vida, fuimos a bailar a La Iguana Bailantera. El nombre lo dice todo, y no se debe olvidar que estábamos en la patria de Rodrigo y La Mona Jiménez, que aquí gozan de un fanatismo que haría palidecer al mismísimo Maradona.

Cada jornada se repitió siempre igual, con ríos de cerveza corriendo por las venas de todo el mundo, y con mucha música tirolesa, casi hasta el hartazgo. Así terminó la versión local del Oktoberfest en Villa General Belgrano, una verdadera fiesta pagana originada en Alemania hace cinco siglos, donde se rinde culto a una diosa espumante que ingresa en el cuerpo como un torrente helado, apoderándose de las solemnidades del espíritu... a tal punto que uno termina tambaleante, medio borracho, y brindando con soberbios vasos de cerveza con el primer desconocido cuya imagen borrosa se cruza por delante. ¡Salud! (o ¡Prosit!, en alemán).

TEXTO Y FOTOS: JULIÁN VARSAVSKY / ASATEJ

INFO:

¿CUÁNDO IR?
Este año la fiesta se celebra el fin de semana del 29 y 30 de septiembre y el fin de semana largo siguiente (6, 7 y 8 de octubre). La fiesta transcurre por igual ambos fines de semana, pero en el segundo va más gente.

¿CÓMO LLEGAR?
Villa General Belgrano está a 87 kilómetros al sur de la capital cordobesa. La empresa de micros Valle de Calamuchita sale directo desde Retiro a Villa General Belgrano, tarda 12 horas y cada tramo cuesta USD 35. Se accede a través de la Ruta Provincial Nro. 5, por el camino al Valle Azul de los Grandes Lagos. Desde la terminal de ómnibus de la capital de Córdoba salen micros cada 20 minutos.

¿DÓNDE ALOJARSE?
Para la fiesta de la cerveza los hoteles se llenan así que hay que hacer reserva con anticipación.
- En el Albergue El Rincón, alojarse en un dormitorio con habitación compartida cuesta USD 8, la habitación con baño privado cuesta USD 12, y por instalar una carpa se cobra USD 4. Tel.: 03546-461323. Sitio web: www.calamuchitanet.com.ar/elrincon Calle Fleming s/n.
- Posada Nehuen: la habitación doble cuesta USD 58 y la cuádruple USD 98. Calle San Martín 17. Tel.: 03546-461412/462267. E-mail: tiroltur@calamuchitanet.com.ar
- Cabañas Alpendorf: Ruta Provincial N.5 Km. 743 ½ Tel.: 03546-462318. Sitio web: elsitiodelavilla.com/alpendorf
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