los Graffiti volvieron a divertir, sorprender y enojar a los porteños
Los sociólogos afirman que las pintadas son un reflejo del humor de la gente
El descontento llegó a las paredes. Con los cacerolazos y las manifestaciones que se multiplican cada vez más en las calles porteñas, muchos comenzaron a utilizar aerosoles para expresarse a través de graffiti políticos, un fenómeno que había quedado casi oculto en los últimos años.
Las pintadas no sólo aparecieron en muros anónimos, sino que también encontraron su lugar en edificios históricos, como la Casa Rosada, el Cabildo o la quinta de Olivos.
Varios apelan al ingenio. En un muro del barrio de Caballito puede leerse: “Ya dejamos el chupete, ahora que nos quiten el corralito”. “Que venga lo que nunca ha sido”, reza, utópica, una pared de Cabrera al 4000. Y en la zona del parque Lezama y en San Telmo alguien escribió: “Las cacerolas no son escudos antibalas”.
Los ejemplos se multiplican. Después de la noche del 29 de diciembre, cuando grupos minoritarios se enfrentaron con la policía en la Plaza de Mayo, la Casa Rosada amaneció con pintadas como “chorros” y “entreguen el gobierno al pueblo”.
Lo mismo sucedió en la quinta de Olivos, antes de la renuncia del ex presidente Fernando de la Rúa. También el Cabildo y otros edificios históricos se convirtieron en involuntaria vidriera del nuevo imaginario político de los argentinos.
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