A 30 años de la primera ronda de las Madres
Esa osadía sin precedentes, en pleno apogeo del terrorismo de estado, fue el acta de nacimiento de las Madres de Plaza de Mayo, como se las conoció después, un hecho del que se cumplen hoy tres décadas de lucha y dignidad.
Pero la fecha fue consignada pasado un tiempo, con la pregunta de rigor del periodista francés Jean Pierre Bousquet, muy comprometido con la denuncia de las violaciones a los derechos humanos y autor del libro “Las locas de Plaza de Mayo”.
Aquellas madres no estaban solas frente a la dictadura genocida instalada el 24 de marzo de 1976 ni en la asistencia a sus víctimas, ya que también actuaban la Comisión de Familiares y varios organismos de derechos humanos, entre otros opositores.
Pero ese día ellas estaban solas en Plaza de Mayo, ante la sede del poder y rodeadas por un descomunal despliegue represivo.
Desde hacía muchos meses las madres deambulaban por iglesias, cuarteles, comisarías, juzgados y nadie les respondía sobre el paradero de sus hijos, detenidos-desaparecidos por la dictadura de la Junta Militar presidida por Jorge Videla.
“Individualmente no vamos a conseguir nada, ¿por qué no vamos todas a la Plaza de Mayo? Cuando seamos muchas, Videla tendrá que recibirnos”, propuso Azucena a las madres que la acompañaban a la espera de ser atendidas en la Iglesia Stella Maris, sede del vicariato castrense, próxima al Edificio Libertad de la Armada.
El peregrinar de las madres no era nuevo pero su existencia cobró notoriedad y una dimensión conmovedora, dentro y fuera del país, cuando se “mostraron” en la histórica Plaza de Mayo.
“Mucha gente se pregunta por qué habiendo otros organismos las madres fuimos a la Plaza y por qué nos sentimos tan bien en la Plaza”, dijo hace dos décadas en una conferencia Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
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Hebe explicó que conocían a esos organismos de derechos humanos, pero que al acudir a ellos no se sentían bien porque “había siempre un escritorio de por medio, había siempre una cosa más burocrática”.
“Y en la Plaza éramos todas iguales (...) Eramos una igual a la otra; a todas nos habían llevado los hijos, a todas nos pasaba lo mismo (...) Por eso es que nos sentíamos bien. Por eso es que la Plaza agrupó. Por eso es que la Plaza consolidó”.
La cita inicial fue un sábado pero se consolidó los jueves después de descartar los viernes, “día de brujas” y los lunes, “día de lavado de la ropa”, según objetaron dos de las mujeres y relató más tarde Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora.
La ronda de las Madres los jueves en la Plaza, forzada por la policía que les impedía quedarse en un lugar, se convirtió en el símbolo de la resistencia y la denuncia del terrorismo de estado durante la dictadura, una cita que persiste como ejemplo y legado.
En 1977, el terrorismo de estado cobraba día a día nuevas víctimas pero ellas persistieron aun después de la desaparición de la gestora del movimiento, el 10 de diciembre de ese año.
Azucena Villaflor fue secuestrada igual que otras madres y las religiosas francesas Léonie Duquet y Alice Domon por una patota de la ESMA que infiltró en el grupo al represor Alfredo Astiz, haciéndolo pasar por hermano de un desaparecido.
La palabra “desaparecidos” fue resignificada en esa época para dar cuenta de los secuestros masivos, primera evidencia del sistema clandestino de centros de detención ilegal, torturas y exterminio montado por el régimen dictatorial.
“Los desaparecidos no existen, son una entelequia”, afirmó con mirada distraída el dictador Videla durante una conferencia de prensa en esos años, cuando la preguntaron por los millares de secuestrados.
Y también soltó: “¿Dar a conocer dónde están los restos? ¿Pero, qué es lo que podemos señalar? ¿En el mar, el Río de la Plata, el Riachuelo?” (palabras de Videla citadas en el libro “El dictador”, de María Seoane y Vicente Muleiro).
Videla sabía de qué hablaba: los restos de la hermana Duquet, Villaflor y otras dos madres, Esther Ballestrino de Careaga y Mari Ponce de Bianco, fueron hallados en el cementerio de la localidad bonaerense de General Lavalle e identificados en 2005.
En diciembre de 1977 estuvieron en cautiverio en la ESMA y días después las arrojaron vivas a las aguas donde el mar se confunde con el Río de la Plata durante un vuelo de la muerte.
Sus cuerpos aparecieron en playas de Santa Teresita y San Bernardo y los enterraron como “NN-masculino” en el cementerio de General Lavalle, hasta que fueron hallados y el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) los identificó en agosto de 2005.
Astiz fue citado en enero de este año por el juez federal Sergio Torres como imputado en la causa por la desaparición en 1977 de las 12 personas, entre ellas Azucena, nucleadas en la Iglesia de la Santa Cruz, en el barrio de San Cristóbal.
Y las Madres siguen ahí, con una fuerza que explicó Osvaldo Bayer en el prólogo al libro “La Rebelión de las Madres”, de Ulises Gorini (Grupo Norma, 2006).
“Un movimiento de origen no político que va a las raíces mismas de lo que tiene que ser la política: la discusión de cómo llegar a lo justo en solidaridad. Armadas ’solamente’ de ’Amor materno’, primero, y luego, la asombrosa transformación en mujeres protagonistas de la política”, resumió Bayer.
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