La ilusión del “para eso pago”: cuando el 70% no contribuye pero exige servicios como si todo fuera gratuito

La tensión entre lo que se exige y lo que efectivamente se aporta quedó expuesta con una claridad incómoda: en Mercedes, siete de cada diez vecinos no pagan sus tasas. Aun así, la demanda de servicios es plena y constante. Y no se trata solo de un problema contable, sino de una percepción profundamente arraigada sobre quién debe sostener al Estado y con qué recursos.
El fenómeno tiene una raíz cultural evidente. Muchos vecinos repiten la frase “para eso pago” sin distinguir qué es lo que realmente financian. Confunden impuestos nacionales con tasas municipales, tributos provinciales con servicios públicos privatizados, y cargos de luz o agua —que algunos incluso llaman “impuestos”— con las obligaciones locales que deben sostener el alumbrado, las calles o el mantenimiento urbano. Esa falta de diferenciación contribuye a reforzar la ilusión de que el aporte ya está hecho, cuando en realidad el Municipio recibe apenas una fracción mínima de lo que debería percibir.

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La dificultad se agrava porque el Estado local nunca hizo demasiado por aclarar estas diferencias. Durante años eligió el camino más cómodo: evitar conflictos con los contribuyentes, no ordenar el esquema de cobro y mantener una distancia prudente para no asumir el costo político de exigir lo que corresponde. El resultado fue previsible: una ciudadanía que no sabe exactamente qué debe pagar y un Municipio que tampoco se esfuerza por explicarlo, porque durante mucho tiempo no lo necesitó.
Ese contexto facilitó que se instalara una idea equivocada pero funcional: el Estado municipal debe ofrecer servicios independientemente de lo que recauda, como si estuviera desconectado de sus ingresos reales. Esa concepción se sostuvo mientras los aportes nacionales fluían sin interrupciones. Pero cuando ese flujo disminuyó, quedó en evidencia que la infraestructura de la ciudad depende, en última instancia, de algo tan básico como que sus propios vecinos cumplan.

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El efecto es doble. Por un lado, los vecinos que sí cumplen sienten que sostienen solos un sistema que otros disfrutan gratis.
La pregunta que surge es inevitable: ¿cómo se construyó la idea de que los servicios municipales son gratuitos o de que los paga “otro”? La respuesta está en un entramado de prácticas políticas, falta de información y una pedagogía estatal que nunca se asumió. Sin claridad tributaria, sin responsabilidad cívica y sin un Estado dispuesto a transparentar qué se cobra y por qué, el círculo se vuelve perfecto: se exige sin pagar, se gestiona sin recaudar y la ciudad queda atrapada en una lógica que la empobrece.
Mercedes necesita romper con esa ilusión. Reconocer qué se paga, qué no se paga y qué debe financiarse es el primer paso para exigir con fundamento y para que el Estado responda con eficiencia. Mientras la mayoría siga creyendo que “ya hace su parte” cuando no lo hace, la brecha entre lo que la ciudad quiere y lo que realmente puede será cada vez más difícil de cerrar.

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