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EE.UU habría dejado hundirse a Argentina para escarmentar a los europeos

El (FMI) sabía muy bien lo que sucedía en Argentina, tanto como que era el gestor de un proyecto económico que ahora cierra con la propuesta de "intromisión" o toma de las riendas del país, hecha por el economista de EEUU Rudiger Dornsbuch
04.03.2002 [+]

En 1998, cuando Carlos Menem -el hombre clave del sector financiero externo- no remontaba de entre diez y 14 por ciento de popularidad, ya en su segundo mandato, la consultora RAC & Mori International realizó una encuesta regional para The Wall Street Journal Americas, la cual fue publicada el 16 de abril de ese año aquí por el periódico La Nación.

Esa encuesta revelaba que 69 por ciento de los argentinos rechazaba las llamadas “grandes transformaciones”, que incluyeron la entrega de las empresas públicas, el desmantelamiento del Estado, de la salud, la educación y otros bienes sociales.

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Las grandes preocupaciones de los argentinos eran entonces la corrupción, la injusticia y el creciente desempleo. Pero además resultó que la sociedad argentina -entre todas las otras de la región sudamericana- era la que menos creía en las instituciones tal como estaban.

Quizás ese estado de opinión, conjuntamente con la rebelión social que vivían las empobrecidas provincias desde 1993; el surgimiento de nuevos actores sociales, como los desocupados piqueteros (cuya modalidad de protesta comenzó a ser el corte de rutas o caminos), conformaron las aguas que se convirtieron en una marejada con los cacerolazos masivos de hoy contra el neoliberalismo salvaje.

Defensa de la propiedades del Estado

“La mayoría de los argentinos -superando el promedio latinoamericano- siguen creyendo que hay un conjunto de actividades que deberían ser propiedad del Estado: petróleo, electricidad, teléfonos, minería, escuelas, universidades, sistema de salud, fondos de pensión y agua”, decía la revista Línea en un informe publicado en mayo de 1998; 61 por ciento no creía que las inversiones extranjeras tan publicitadas favorecieran al país, y 31 por ciento incluso pensaba que esas inversiones restaban soberanía y favorecían la influencia de otros países sobre Argentina.

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La especialista argentina Graciela Römer, quien dirige la consultora que lleva su nombre, señalaba por esos días que habían quedado atrás algunas de las preocupaciones argentinas como el miedo a la hiperinflación o a la inestabilidad económica, para dar lugar a una enorme preocupación ante el desempleo y sus consecuencias.

“Las opiniones mayoritarias se orientan hacia posiciones contrarias a las reformas encaradas por la actual gestión de gobierno. El desacuerdo con las privatizaciones y la flexibilización laboral alcanza al 66 por ciento”, mientras sólo un siete por ciento de la población creía que la “economía de mercado era el mejor sistema económico”, aseveraba Römer.

Ese sondeo indicaba que ya entonces 40 por ciento de la población manifestó “vivir ajustándose el cinturón”, 34 por ciento no llegaba a fin de mes, y sólo 25 por ciento parecía estar “cómodo”. Es decir, 74 por ciento estaba ya en la pobreza o en camino de convertirse en nuevo pobre.

La recesión ya se había instalado en 1998 para no irse más, llevando al extenso, rico y despoblado país que es Argentina a tener a la mitad de sus 36 millones de habitantes en la pobreza.

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Menem se fue, pero le siguió la frustración por la inacción del gobierno de la Alianza que asumió en diciembre de 1999. Las elecciones legislativas de 2001 mostraron en toda su intensidad la “bronca (enojo) social”, con el voto en blanco u objetado. Pero los políticos no quisieron escuchar esa voz, hasta que llegó el estallido social y las cacerolas hicieron suficente ruido para llevarse por delante el 20 de diciembre al gobierno de Fernando de la Rúa.

Pero estos cambios no han modificado la encrucijada encómica. Julio Nudler sostiene en Página 12 que la propuesta de Dornsbuch plantea, “en esencia, una forma extrema de capitalización de la deuda, en la que el acreedor, representado por arietes como el FMI, se apropia de la economía del deudor, y obviamente de su caja, para asegurarse la cobranza”.

Agrega: “aunque parezca otro exabrupto de Dornsbuch, el esquema encaja muy bien en la era abierta el 11 de septiembre último, con Estados Unidos decidiendo dónde, cuándo y cómo intervenir si lo cree funcional a sus pre-ocupaciones (sic). Siendo además el fondo una suerte de apéndice del Departamento del Tesoro, su eventual control sobre los resortes de la política económica argentina consumaría probablamente las más negras fantasías de los europeos. Según ellas, Washington dejó caer a la Argentina para escarmentarlos por haberse colado sin permiso en su patio trasero. Ahora, con todo destruido, los estadunidenses vendrían a imponer su ley; es decir, la de sus negocios”.

De eso devendría una campaña mucho más virulenta dirigida hacia Europa, algo que algunos analistas brasileños habían ya destacado.

Recientemente, consultados en la calle por este periódico, algunos argentinos se preguntaban por qué si no hubo catástrofes ni guerras, el país debía ser tratado como si emergiera de algún conflicto de ese tipo.

Dornsbuch hubiera contestado con algunos elementos de su propuesta, en la que pone como ejemplo la intervención aliada en Alemania al finalizar la Segunda Guerra Mundial, o les explicaría la función de los comités de bancos experimentados para tomar el control de la politica monetaria, con impresión local de moneda, mientras otro agente extranjero firmaría los cheques de la nación para las provincias, y el FMI y los inversores externos internacionales decidirían qué bancos serian apoyados.

Pero si algunos se asombran de esta propuesta de que agentes externos tomen el control de Argentina, este final de espanto no sorprende a quienes desde distintos sectores sociales advirtieron sobre la transformación de Argentina en lo más cercano a una colonia.

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