Cristina Kirchner: condenada, con OSDE 510 y blindada del país que dejó atrás

La ex presidente fue condenada a seis años de prisión por corrupción en la causa Vialidad, con una deuda al Estado de casi 85.000 millones de pesos. La sentencia fue ratificada por Casación y quedó firme por la Corte Suprema. Pese a eso, no pisa una cárcel ni comparte destino con ningún otro preso común. Goza del beneficio de la prisión domiciliaria por razones de edad, pero no está sola ni desprotegida: tiene custodia personal y una cobertura médica de primer nivel.

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Cristina tiene OSDE 510. No es una sospecha ni un dato filtrado: está en el informe oficial que le permitió seguir condenada sin ir presa. Se trata del plan más caro de la prepaga, reservado para la elite argentina (esos que no son “pueblo”). Su cuota mensual supera los 2.000.000 de pesos, una cifra completamente fuera del alcance del ciudadano promedio. Una jubilación mínima en Argentina no llega ni al 20% de ese valor. Mientras millones de jubilados sobreviven con haberes miserables, Cristina paga por mes en salud privada lo que un adulto mayor no llega a cobrar en 6 meses.
Mientras gran parte de su electorado está atado al hospital público, sin turnos ni insumos, ella elige clínicas privadas de excelencia, lejos del colapso sanitario que dejó tras décadas de gestión peronista. La dirigente que llenó discursos con la palabra “pueblo” jamás esperó cinco horas en una guardia ni hizo una fila para conseguir un medicamento. Y nunca lo va a hacer.
Esta brecha no es nueva. Cristina fue operada en el sanatorio Otamendi, uno de los más caros de Buenos Aires. Sus hijos, sus nietos y sus funcionarios viven igual: prepagas, barrios cerrados, colegios exclusivos. No hay relato que tape eso. Mientras decían militar por la justicia social, vivían blindados del país real. No construyeron salud pública de calidad, no eliminaron la pobreza estructural, no transparentaron el gasto del Estado. Pero sí se aseguraron de que a ellos jamás les faltara nada.

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La distancia entre el kirchnerismo y su base es obscena. El votante que los sigue a ciegas va al hospital que se cae a pedazos, toma colectivos rotos, manda a sus hijos a escuelas sin gas y sobrevive con changas. Ellos, mientras tanto, no tocan un solo servicio público. Viven como millonarios. Y en muchos casos, lo son. Y no porque hayan tenido éxito en el sector privado, sino porque usaron el Estado para enriquecerse.
Más de veinte años vendiendo un verso de igualdad mientras hacían exactamente lo contrario. Más de dos décadas de cinismo sostenido por el relato, la militancia paga y la repetición incansable de consignas vacías. Hoy, Cristina Kirchner está condenada, pero impune. Presa, pero con OSDE 510. Y lejos, muy lejos, del país que ayudó a hundir.

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