MercedesYA

cruz de palomi terreno

4to B practica en Los Jarrones

Ya se van a ir, le dije a Hernán pero los minutos pasaban y las garzas rubias seguían impacibles en su fútbol marciano. Fernando que conocía a muchos chicos de otras escuelas nos decía que no reconocía a nadie. Transcurridos los años ninguno jamás supo quienes eran los usurpadores.

Por Marcelo Melo

Omar empezó a tirar cascotitos a la cancha para ver si alguno le contestaba. Pero nada, los muy hijos de puta nos ignoraban olímpicamente. Pablo nos decía que había que hacerle partido que cagándolos a goles y a patadas no se iban a aparecer más por los Jarrones. Gustavo advirtió de que eran dos o tres años más grandes que nosotros y por más que parezcan medios tarados no iba a ser fácil ni ganarle ni cagarlos a patadas. Todos entendimos a Gustavo, menos Omar que ya se metía a la cancha a desafiarlos. Le hacemos partido, le hacemos partido se desgañitaba Omar tratando de hacer más transparente su áspera ronquera crónica. Las garzas lo ignoraban por completo. Patricio lo agarró de la remera y lo trajo de nuevo. Alejandro, el más grande estratega juvenil que conocí. El que más películas de terror había visto y el que más vueltos le había robado a su madre. Dijo, emulando a Narciso Ibáñez Menta, que le debíamos tender una trampa, que nada de desafiarlos. Omar entendió enseguida, estos giles agrandados no se merecen un partido, se merecen algo pesado. Lentamente nos fuimos retirando hacia el lado de las vías y alguno escuchó que se nos reían y que alguno había dicho de que “los pendejos se cagaron”. Lo cual terminó de soldar nuestra idea de venganza. Nos trepamos a una gigantesca montaña de piedras que habían traído para poner en las vías y nuestra imaginación empezó a crear oscuros laberintos de odio para que se extravíen aquellos inmundos usurpadores. Las más inverosímiles trampas pergeñaban Alejandro y Rolando, como sembrar la cancha de arañas venenosas o cavar fosas con cañas de punta abajo que taparíamos con pasto para que caigan hasta disfrazarnos de fantasmas y caer desde los árboles. Omar y Patricio más terrenales decían que había que ir directamente a cagarlos a palos. Mi corazón estaba sobresaltado y evaluaba cada una de las propuestas con igual seriedad sin darme cuenta de que algunas eran evidentemente ridículas. Se me cruzaron por la cabeza las imágenes de la revista con la nota del fútbol en la Edad Media, los jugadores ensangrentados corriendo por el bosque. Esto se arregla a lo Sandokán dije y todos sabían a que me refería, no tenía demasiada diferencia con lo propuesto por Omar. Pero tenía el condimento extra de tener que montarnos en la piel de los tigres y de simular un abordaje a uno de los barcos del usurpador inglés James Brooke. Lo cual al menos para mí me irrigaba mucho valor y seguramente también a los demás puesto que de tanto hablar de Sandokán con Gustavo, con Luis y con Patricio, todos estaban enterados de la hazañas del malayo. Descendimos de la montaña de piedras azules y cruzamos los Jarrones, vimos como los invasores, se sentían a sus anchas en nuestra cancha y que se habían afincado para quedarse. Mañana traemos la cal y pintamos las líneas dijo uno de ellos, lo cual nos cayó como un balde de agua hirviendo en el lomo. Rugíamos de calentura. Cuando nos arrojaron un piedrazo que pegó en un árbol, mientras nos retirábamos para nuestras casas. Pensé que todo se venía abajo, que habíamos estado hablando al pedo y que éramos unos cagones puesto que ninguno intentó responderle, salvo Omar que se dio vuelta y les lanzó un espeso, pero inofensivo poyo que terminó dando en la oreja de Geno. Al instante me di cuenta de que ninguno era un cagón sino que con enorme disciplina guardaban todas sus energías para mañana, el día del abordaje. Creo que esa noche nadie pudo dormir hasta las tres de la mañana, al menos yo releí más de tres veces los capítulos de “Los dos rivales”, “A la conquista de un imperio” y “El tigre de la Malasia” donde Sandokán, Yañez y cía. se trenzaban a muerte con los ingleses. También volví a leer sobre los orígenes del fútbol. Una vocinglería remota cruzaba mi cabeza a la hora de dormirme. El día comenzó a empañarse, mayo se vino con toda su llovizna molesta y los primeros fríos en serio, nos obligaban a abrigarnos con bufandas y camperas, pero esto no fue nada, al lado de la más cruel noticia que yo había recibido hasta el momento en mi vida y que estrenaba para mí la sensación de la muerte, de la desaparición de una persona cercana. Con enorme frialdad la señorita Laura nos sentó en nuestros pupitres y nos dijo que Alejandro ya no sería compañero de nosotros que por problemas familiares entre sus padres se lo llevaban a vivir a la Patagonia. Supe que jamás volvería a ver a Alejandro, a ese Alejandro cazador de avispas en el patio de tierra de mi casa, a ese Alejandro creador de Medusa (una escondida siniestra y mitológica), a ese creador de mapas misteriosos y más que nada a ese fiel amigo aunque con enorme sutileza me robara los soldaditos. Omar sacudió mi tristeza diciendo que seríamos uno menos para esta tarde. Me puse alerta despejé mi melancólica despedida de Alejandro que me disponía a llevar mentalmente y en silencio un largo inventario de sus extravagantes accionares. Ninguno en realidad se preocupó cuando Gerardo y Patricio vinieron con la noticia de que Ernesto y Diego tampoco serían de la partida porque debían ayudar al cura a decorar la parroquia. Alguna excusa iban a encontrar los cagones, afirmó Omar que ya ensayaba patadas voladoras junto a la mampara del patio. Supusimos una baja en Ricardo después de verlo de corrillos con Ernesto y Diego, y que, según Gerardo, pescó en la conversación algo como “poner la otra mejilla”. No nos importaba la deserción de Ricardo en sí que no aportaría demasiado en el combate. Si nos preocupaba que el discurso del dueto de monaguillos pueda, subrepticiamente pesar en los demás en el último recreo. Sabía que nos se animarían a convencer directamente a los que todavía dudaban, pero la charla que habían tenido con el cura, cosa de la cual nos acabábamos de enterar, podía dejar filtrar su veneno y decidir más bajas. Ni bien sonó el timbre del último recreo, con Omar, conformamos una nutrida “barredora” (una hilera que del modo de una barrera en el fútbol pero tomados de los hombros, se desplazaba corriendo por el patio, llevándose puesto al desprevenido que se interponía en el camino. Esta formación a la que se sumó la mayoría, fue la confirmación de que esta tarde no fallaría nadie. Mi vieja me veía nervioso, veía que apenas había mordido la flauta con jamón y queso que solía devorar no bien llegaba de la escuela y creo me vio cuando volqué el Nesquick junto al palo borracho. Que te pasa, me preguntó y negando cualquier situación conflictiva con ligeros movimientos de mi cabeza de un lado a otro seguí pateando la pelota contra la pared del fondo de mi casa, esperando con ansias el timbre de Gustavo y Gerardo que me pasarían, en breve, a buscar. Gustavo y Gerardo no se hicieron esperar, cuando mi vieja estaba por insistir en mi inquietud llegaron y nos encaminamos a Los Jarrones, mejor dicho a la esquina de la 29 y 10, lugar de encuentro, previo a la emboscada. Ni bien llegamos, Gustavo, al ver a Pablo y a Patricio montados sobre sus bicicross, me refrendó no haber traído las nuestras. Cruzamos las vías. Estábamos todos. Noté muchas caras tensas y voces dubitativas. Omar nos decía: boludos, por no cruzar la vías semiagachados como el lo estaba haciendo, boludos de mierda los van a “detetar” y se movía como Vic Morrow en la serie de las nueve. Frente a la Estación vimos como alguien, después de despedir a sus padres corría hacia nosotros. Simio, gritó Omar. Allí nos dimos cuenta de por qué no venía a practicar todos los días con nosotros. De impecable camisa blanca, pantalón de vestir y zapatos, Simio concurría todas las tardes, junto a su familia, a un culto evangelista cerca del Bar Peppe. Pero esta tarde no nos podía fallar. Esto fue lo que nos dijo con su característico silencio y su cabeza como avergonzada mirando lejanamente el piso. Simio fue una inyección de ánimo para todo el grupo. Lo veíamos físicamente próximo a Kammammuri, tez cetrina, nariz, aguileña y musculatura de pantera. Nada que envidiarle a los adlateres del Tigre de la Malasia

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