En una fría jornada que se anunciaba como cualquier otra, Marilú Rodríguez y su amiga se sumergieron en la aventura de participar en la primera fiesta de la torta frita. Sin antecedentes en concursos culinarios, pero con el espíritu emprendedor que les caracterizaba, se lanzaron a la acción.

Con su experiencia previa en los kioscos de los corsos, Marilú tenía claro cómo montar un puesto atractivo. Recuerda con nostalgia aquellos días en los que los palitos y las cañas se convirtieron en su improvisado puesto de venta, resguardado por una modesta lona.

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El día transcurrió entre risas y el ajetreo constante de freír tortas, mientras una multitud curiosa se acercaba atraída por el irresistible aroma. Entre los visitantes, los gauchos con sus caballos improvisaron un asado que despertó el apetito de todos, incluyendo a las incipientes torteras.

En medio de la vorágine, un gaucho propuso un trueque: torta frita por asado. Marilú y su amiga aceptaron sin dudarlo, y el resultado fue un festín inesperado que aún hoy evoca con nostalgia. “Hoy no nos darían ni el huesito”, comenta entre risas, recordando aquel generoso trueque.

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La noche avanzaba y con ella la emoción del evento. Cuando se anunciaron los premios, la sorpresa y la alegría invadieron a Marilú y su amiga al enterarse de que habían obtenido el segundo puesto como torteras. Entre aplausos y felicitaciones, Marilú se separó momentáneamente del puesto para recibir el merecido reconocimiento de manos del propio Fernando Luna.

Para Marilú, aquel evento fue mucho más que una competencia culinaria. Fue un encuentro marcado por la camaradería, el calor humano y el amor hacia la tradición. Hoy, al mirar aquel trofeo que guarda con cariño, revive con nostalgia aquellos momentos de sencillez y autenticidad que marcaron su vida para siempre.